Más allá de la resistencia

Carleth Morales S. (Caracas, 1971). Periodista e investigadora, fundadora y presidenta de la Asociación de Periodistas Venezolanos en España, Venezuelan Press. Autora de “26 crímenes y una crónica. Quién mató a la resistencia en Venezuela” (Caracas, 2018).

Este reportaje, un paso más en su trabajo sobre las violaciones a los Derechos Humanos en el país
CARLETH MORALES SENGES
19 de agosto de 2018 02:00 AMTags

Papel Literario
Coraje, indignación, tristeza, templanza, dolor, desamparo, raigambre, paciencia, persistencia, esperanza. Sobrevivir a un hijo asesinado por pensar distinto en la Venezuela de Nicolás Maduro es saber que los días que quedan serán de constantes sentimientos encontrados y brega contra la iniquidad, ad infinitum.
Los familiares de las víctimas mortales por protestar contra el Gobierno, habidas en Venezuela entre abril y julio de 2017, continúan padeciendo los horrores del totalitarismo en una especie de espiral in crescendo que raya en la tortura. También son invisibles en un país que se cae a pedazos y clama compasión a la comunidad internacional.

Diez de las veintiséis historias recogidas en el libro 26 crímenes y una crónica. Quién mató a la resistencia en Venezuela dan fe de ello. Lo han convertido, sin saberlo, en un documento vivo, alimentado por un inexistente Estado de Derecho y un elemento humano ávido de canales para aliviar su pena. Aparentemente aisladas, están conectadas por la sinrazón. Las secuelas de estas vidas mutiladas buscan, por naturaleza, seguir entre nosotros. Esto es lo que hay más allá de la resistencia.

Coraje

Ginebra. Jueves 26 de abril de 2018. José Gregorio Pernalete, padre de Juan Pablo, madruga a 7.867 kilómetros de su esposa Elvira, que en Caracas asistirá a los actos que la Universidad Metropolitana ha organizado por el primer aniversario de aquel desgraciado día en que un Guardia Nacional Bolivariano –aún sin identificar– lanzó una bomba lacrimógena contra el pecho de su hijo, estudiante de esta casa. Es la primera vez que se separan este año, pero hoy están más unidos que nunca. 365 días recibiendo múltiples ofensas e introduciendo inútiles recursos en el podrido sistema judicial venezolano los han obligado a acudir a la instancia internacional para obrar justicia. Es la primera, de las 158 familias que perdieron un hijo en este contexto, que a título personal se atreve a demandar a los altos cargos del Gobierno ante las Naciones Unidas por crímenes de lesa humanidad. Han vendido sus pertenencias y gastado sus ahorros. Ya no tienen el motor de sus vidas. No tienen nada más que perder.

“Bendición mamá, bendición papá. Nos vemos ahora”. Eso fue lo último que yo le escuché. A su papá lo había abrazado antes de bajarse de la camioneta, él le dijo: “Dios te bendiga”, y se dieron el último abrazo. Nos pedía la bendición por todo, era muy religioso. Nos cuentan los amigos que antes de irse a las marchas él pedía que rezaran. Ese día nosotros estábamos recorriendo las farmacias para buscar las medicinas de su papá para la tensión, que no conseguimos, y volvimos a casa, él se metió en la oficina a hacer un trabajo y yo me puse a preparar el almuerzo, en ese momento me llamó una amiga y me dijo que a mi hijo lo habían herido, que se lo habían llevado a un centro asistencial. Se lo dije a su papá y salimos corriendo de casa. Yo tenía miedo de que me lo agarraran y me le quebraran el espíritu allá adentro y que me lo golpearan. Yo les decía: “Díganme la verdad”, pero sus amigos lo único que me decían era: “Se lo llevaron, venga, está en Salud Chacao, venga rápido”… Y cuando llego, escucho: “Llegó la mamá, llegó la mamá” y todo el mundo estaba esperándome. Me recibieron unos enfermeros y yo les digo: “Llévenme a donde está mi hijo” y entonces me llevan a una oficina y estaba el alcalde Ramón Muchacho con otros doctores, mucha gente y yo les digo: “¿Dónde está Juan Pablo? ¡Déjenme ver a Juan Pablo!” y me dijeron: “Tienes que ser fuerte, tu hijo está muerto”. Yo me volví como loca, empecé a tirar todo, salí de ahí y empecé a buscar por todos los cubículos y lo encontré. Estaba muerto, estaba muerto mi hijo.

Con un nudo en la garganta, José recuerda las palabras de Elvira y se arma de coraje mientas recorre los largos pasillos marmolados del solemne edificio de la ONU que acaban en la puerta de las banderas. Se le pierde la mirada, pero la encuentra en el retrato del joven alto y moreno de sonrisa fecunda, con la que se fotografía cada vez que puede para dejar constancia. Se sabe abridor de espacios para los que vengan detrás. Más allá, en su despacho del Palais Wilson, nos espera Kate Gilmore, la Alta Comisionada Adjunta de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. En su mano derecha le lleva la foto y el currículum de su muchacho, la izquierda ha sido durante toda la mañana un puño cerrado que se ha llevado repetidamente a la boca para dominar la emoción y las lágrimas. Al llegar, encuentra un sencillo despacho beige al que solo adornan cuatro amplios ventanales con vistas al Lac Léman, una gran bandera oficial azul celeste –a juego con su camisa–, dos plantas, un escritorio, una cartelera con anotaciones y muchos papeles. Y en la puerta, una sencilla señora desmaquillada que lo abraza muy fuerte y nos invita a pasar. Los dos traductores me advierten que no se puede grabar ni fotografiar, pero que puedo escribir. Es preciso que conozca a Juan Pablo, sensibilizarla para que impulse con más fuerza el informe que elabora su oficina sobre indicios de violación sistemática a los derechos humanos en el país y entregarle el libro. Solo tendremos media hora para ello. Son las 3 de la tarde.

Indignación

Donostia-San Sebastián. Sábado 28 de abril de 2018. Arianna Arellano De Figueiredo recorre los 83 kilómetros que separan a Pamplona de San Sebastián para participar en la presentación del libro que recoge la historia de su hermano Diego, asesinado en San Antonio de los Altos el 16 de mayo de 2017. No nos conocemos personalmente, pero al vernos, nos fundimos en un abrazo. El diputado de Gobernanza y Comunicación con la sociedad de Guipúzcoa, Imanol Lasa Zeberio, ha respondido a la solicitud que le hiciera la presidenta de la Asociación de Venezolanos en Guipúzcoa, Ana Rodríguez, y ha abierto las puertas del salón de actos de la Diputación Foral solo para recibirnos, a pesar de no ser un día laboral. Está muy concienciado con la tragedia de los venezolanos. La joven madre está allí en representación de su familia, o de lo que le queda de ella. Su padre murió en 2010 después de luchar cuatro años contra un cáncer, su hermano mayor está en Curazao, su madre aún está en Venezuela y su hermano pequeño ya no está. Es el reflejo del desmembramiento familiar, otra de las desgraciadas virtudes del régimen venezolano, que ha arrojado a 1.622.109 de sus nacionales fuera de sus fronteras, según la Organización Internacional para las Migraciones al 31 de diciembre de 2017 (el doble si se estiman los ilegales). Y cuando marca el protocolo, después del señor Pernalete que ha llegado de Ginebra para la ocasión, toma la palabra. El auditorio la mira, el centenar de españoles y venezolanos que ha atendido a la convocatoria, la escucha. Delgada, de tez impecablemente clara, pelo negro rizado, dulce y hermosa, parece frágil, pero no lo es. Nunca lo había contado en público. Se le quiebra la voz, rompe a llorar, pero sigue adelante. Sabe lo que dice, y lo dice rotunda. Diego no sonreía ni tuvo una visión divina cuando murió, echaba la mandíbula hacia atrás en señal de dolor, lo hacía siempre, era karateka. Pero la familia dejó que circulara la foto en la que parecía sonriente, porque la esperanza también es necesaria. En ocho minutos narró con detalle cómo se enteró de que un Guardia Nacional Bolivariano le arrebató a su hermano con una metra que rebotó dentro de su pecho. A diferencia de las balas, no están diseñadas para salir del cuerpo. Indignada, desahogó aquello que once meses atrás le había cambiado la vida, a ella y a su madre, María Isabel, que sí había sido capaz de contármelo.

Yo sé que esto no va a llegar a nada. Cómo es posible que entre el Ministerio Público y la Comisión de la Verdad en Caracas haya pocos kilómetros y en septiembre no les había llegado el informe de la autopsia de Diego. ¡El informe! ¡Cómo es posible! Esto lo van a dejar así, que se los digo yo. A mí me preguntan qué quiero y yo lo que quiero, como todos los padres, es que se haga justicia, que paguen los Guardias Nacionales que mataron a mi hijo y toda la cadena de mando de ese día. Porque el que mató a mi hijo es un muchachito, esos guardias no tienen ni 25 años. Y no hay acusados, no hay nada, como si hubieran matado a un perro, allí no hay culpable, le dispararon, pero no hay culpables, por eso digo que están malditos. Son unos desgraciados que lo único que hacen es matar a su propia gente, porque mi hijo era tan venezolano como ellos, cómo es posible que no les importe su propia gente, porque no es el enemigo. ¡Es su propia gente! ¿No se dan cuenta de que a quien tienen enfrente puede ser su hermano, su sobrino, su hijo o el amigo con el que jugaban metra? Yo estoy convencida de que hubo una cadena de mando que dijo: “Vamos a matar a un muchacho en San Antonio para que esa gente se aquiete” y mataron a mi hijo. Yo no espero la justicia de Dios, yo espero que paguen en vida. Aquí no hay presos, no hay respuestas, el mismo día vinieron a hacer el peritaje, pero después de que pasó lo de Luisa Ortega Díaz eso se quedó allí, está como en otro mundo. Ahora tenemos una Asamblea Nacional Constituyente y unos dirigentes de la oposición que se plegaron y ¿en qué quedó eso? ¡En nada!

Madre e hija no saben quién fue el asesino de Diego, lo que sí saben es que mientras Nicolás Maduro ostente el poder, no lo sabrán. Conmovido por la historia, Imanol dejó constancia en su cuenta de Instagram: “Dolor y mucha emoción al recordar a las víctimas de Venezuela, en la presentación del libro #QuiénMatóAlaResistenciaEnVenezuela’ hoy en @oraingipuzkoa”. Satisfecha, Arianna hizo lo propio en la suya. Cuatro días después, orgullosa de la huella de su hermano, publicó la foto de una de las páginas del libro que narra la vida del biólogo que sacaba veneno de las serpientes en la Universidad Central de Venezuela y se había regresado de Portugal porque creía en su país, al punto de perder la vida luchando por su libertad. Sobre estas, un infantil marca-páginas transparente con puntos de colores alrededor de un “Te quiero. Gabo” que le regaló su pequeño, y mi respuesta: “Letras que se funden en un solo sentimiento y dan color, vida y esperanza. Por él, hay que seguir. Dios lo bendiga”.

Tristeza

Madrid. Domingo 29 de abril de 2018. Una madre que no se maquilla, un padre que no aplaude y un hermano que no sonríe. Esos son los Cañizales Carrillo. La tristeza hecha familia. Esta mañana se despiertan pronto, han decidido aceptar la invitación a la misa en honor a los caídos que oficiará el padre Javier Igea en la parroquia Santa Elena a las 12:30 horas, donde también se bautizará el libro que cuenta la vida de Armando. Se dejan ver poco, hacen nido en casa, lejos del bullicio del centro de la ciudad, y del desastre de Venezuela. Les falta el más pequeño, asesinado el 3 de mayo de 2017 por un Guardia Nacional Bolivariano que le disparó una metra en la tráquea dos meses después de cumplir los 18 años, cuando manifestaba en la esquina de la calle Jalisco de Las Mercedes, en Caracas, contra la inseguridad y la escasez de alimentos. En Venezuela, 61,2% de los venezolanos se acuestan con hambre, según el informe de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de la Población (Encovi) elaborado por las universidades Central de Venezuela, Simón Bolívar y Andrés Bello, publicado en diciembre de 2017. Cautos y reservados, el veterinario Israel Cañizales y la pediatra Mónica Carrillo protegen con el exilio al vástago que les queda. Es la ley de la supervivencia. Desde que su hermano murió en sus brazos, Alejandro no es el mismo. Pero hoy, el joven ha querido venir y sus padres oran, por él y por el descanso eterno del alma de su hijo pequeño. Les cuesta seguir, se les nota en la lenta pisada, en la mirada al cielo y, sobre todo, en las palabras.

Llevar la muerte de mi hijo es algo muy difícil. Nos ayudamos entre todos, pero es muy difícil porque siempre está con nosotros, con su hermano, con su mamá y conmigo. Le mantenemos vivo con cualquier cosa que hacemos, desde una canción o una imagen, hasta un olor, porque él ocupaba esos espacios con cada uno de nosotros, y lo recordamos diciendo: “Eso le gustaba a Armando. A mi hijo le hubiese encantado hacer esto”. No hay forma de que él muera entre nosotros, está presente en cada momento. Su viola está guardada, la tiene un profesor de la orquesta, accedimos a que él la tuviese para que sea tocada de vez en cuando, para que a través de su sonido Armando siga vivo. Yo quiero que mi hijo sea recordado como un muchacho decente, alegre, inteligente, cariñoso, respetuoso, como se supone que la cultura venezolana dijo que todos debíamos ser. Porque los venezolanos, hasta un momento de la vida, y yo tengo medio siglo de vida, alguna vez fuimos así y por alguna razón una gran mayoría dejó de serlo. Yo le digo a la gente: “Ojalá que la mitad de las personas tuvieran un hijo como Armando”. Era un buen muchacho y estaba comenzando a convertirse en un buen hombre.

El patio de la iglesia está a reventar. Ha finalizado la misa y los asistentes dejan mensajes de solidaridad para los familiares de los caídos en un gran lienzo beige de tres metros de largo que también ha sido bendecido y luego viajará a Caracas. Los Cañizales Carrillo reciben abrazos y el libro. Todos aplauden menos Israel, el último aplauso se lo dedicó a su hijo músico en su eterna morada. Nunca nada en la Tierra lo mecerá más que él. Agradecidos, lo toman, pero alguien continúa en su mundo. Es Alejandro que, ante nuestro asombro, toma el rotulador azul, se acerca a la tela, y escribe en letras grandes la clave de su tristeza: “Prohibido rendirse. Respira hondo y sigue. ACC”.

Templanza

Madrid. Lunes 30 de abril de 2018. Carlos Moreno Camacho también ha preparado su exposición. La sede del Parlamento Europeo en España le abre hoy las puertas para que cuente la historia de su hermano, estudiante del último año de Medicina en la Universidad del Zulia y brigadista de la Cruz Verde que fue vilmente atropellado el 18 de mayo de 2017 mientras atendía a las víctimas de las protestas en la avenida Fuerzas Armadas de Maracaibo, ahora rebautizada con su nombre. Se sentará junto a la eurodiputada Beatriz Becerra, vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos de la institución. El acto será formal, por eso se ha puesto su traje negro, su camisa blanca y su corbata gris plata. Compartirá la palabra con los padres de Armando Cañizales, la hermana de Diego Arellano, el padre de Juan Pablo Pernalete y la autora del libro, que hace nuevamente de hilo conector. Un nutrido grupo de medios españoles conocerán de primera mano sus testimonios. En cinco minutos tendrá que sensibilizar a la audiencia y a la europarlamentaria. Más, si cabe. Lo he visto llorar y enjugarse las lágrimas en la misma oración, sin pausa. Lo define la templanza. Y así, con la foto de Paúl René, lanza su indubitable discurso.

Él tenía en su mochila los insumos para atender a la gente, alcoholes, la brigada proporcionaba algunas cosas, y otras las compraba él, de su sueldo. Compraba guantes, mascarillas, Ibuprofeno cuando conseguía, y bicarbonato para el preparado que rociaban a la gente cuando respiraban gases lacrimógenos. Tenía su pequeño stock en el escritorio del cuarto. Llegamos a mandarle dinero para ayudarlo con eso y otras cosas. En la universidad hacían una colecta para los graduandos, y lo apoyábamos desde aquí. Siempre le advertía del peligro que estaba corriendo. Él nació 13 años después que yo. Mi amor por él era otra cosa, muy poderoso, porque era un amor de excesiva protección, de hablarle, de decirle cuídate, desde pequeño. Me pedía la bendición cada vez que hablábamos, él nunca me llamó Carlos, me llamaba “hermanito”, entonces el lazo que nosotros teníamos era muy grande porque tenía ese plus de ser mi hermano menor, al que tenía que proteger, desde pequeño siempre fue así, abrazándolo en su cuna.

El temperamento de Carlos y de su madre, Marlene, los ha hecho dar un paso más allá. A diferencia de los otros 157 casos, el suyo es el único que tiene sentencia, una sentencia firmada por la jueza Yesiré Rincón que con crueldad sitúa el hecho el 2 de agosto de 2009 para evitar la calificación intermedia de homicidio intencional a título de dolo eventual. Quiere aprovechar que hay jurisprudencia. Omar Andrés Barrios Rojas está suelto y la familia Moreno Camacho presa, pero activa, la justicia divina ya lo ha condenado, por lo que, sí, seguirá apelando, pero en lo adelante el objetivo será otro. Cuando lo entrevisté en octubre de 2017 en un parque de Madrid junto a su esposa Pilar y vi que me sacaba de su mochila el casco con el que había muerto su hermano y de sus labios la firme convicción de continuar su labor, me involucré en su proyecto. En Venezuela, la Federación Farmacéutica estima que la hiperinflación ha hecho que ocho de cada diez medicamentos no estén disponibles en las farmacias y que escasee 90% de los fármacos de alto costo para enfermedades como el cáncer, VIH y hemofilia. Ante esta realidad, la Asociación Civil Dr. Paúl Moreno Camacho, registrada a la vez en España y Venezuela, en alianza con la brigada de Primeros Auxilios LUZ Paúl Moreno Camacho y otras ONG de labor humanitaria, en menos de un año ha creado un sólido puente de salud entre Madrid y Maracaibo. De enero a julio de 2018 ha hecho llegar a la capital zuliana 414 kilos de insumos médicos y medicamentos de primera necesidad, 115 kilos de alimentos, aportes financieros especiales para cuatro familias en situación de necesidad extrema de asistencia sanitaria, ha facilitado 16 jornadas médicas sociales gratuitas y hecho efectiva la atención a más de 4 mil pacientes en la entidad. El reconocimiento otorgado por la organización española Bidafarma como Proyecto de Innovación Social en el área de salud, da sentido al nuevo objetivo de vida de Carlos y Marlene: dar vida al sueño de Paúl.

Dolor

Valencia (Venezuela). Martes 1 de mayo de 2018. El dolor en su máxima expresión se apodera de un hombre que pensó que nada había más doloroso que el asesinato de un hijo a sangre fría por reclamar sus derechos. Pero sí, lo había: el suicidio de su esposa que aguantó ese dolor durante 385 días, y no pudo más. Hoy amaneció sin vida. Daniel era el único hijo de Neyls Alexander Queliz y Gleniz Araca, una feliz familia que el 10 de abril de 2017 se desgarró cuando, por apoyar a sus vecinos que protestaban dentro de su urbanismo por la situación del país, el policía Marcos Ojeda accionó su arma reglamentaria y le disparó en la nuca al veinteañero. Es lo que dicen las diligencias de la Fiscal Luisa Ortega Díaz, que entonces ya imprimía celeridad e hicieron que el funcionario fuera identificado e imputado en menos de 48 horas. Pero la perversidad de una Asamblea Nacional Constituyente que tres meses después la sustituyó por el entonces Defensor del Pueblo, Tarek William Saab, dio al traste el proceso –el de todos, en realidad–. Y a esta madre, la ausencia de su hijo y de justicia terminó por apagar su voz, que nunca escuché. Demasiado silencio no era buen síntoma, así lo percibí cuando entrevisté a Neyls en diciembre de 2017.

Mi esposa y yo estábamos en Chichiriviche. Tenemos una casa de playa y nos disponíamos a pasar allí la Semana Santa. Me llamó un vecino como a las 12 de la noche y me dijo que mi hijo había sufrido un accidente, que me tenía que regresar a Valencia porque lo estaban trasladando al hospital. Me disfrazaron la noticia para no decirme que ya estaba muerto, porque mi hijo murió de manera instantánea. Enseguida emprendimos el viaje de regreso, ya era de madrugada. Yo salí pensando que Daniel estaba herido y llegué directamente a la morgue del hospital… A mi hijo le dolía su país como a cualquier muchacho venezolano consciente de lo que está sucediendo. Ese día él sintió la necesidad de salir en defensa de sus vecinos y así lo hizo, pero desafortunadamente me lo asesinaron. La muerte de nuestro hijo es terrible porque no solo muere él, a nosotros también nos arrancan la mitad de la vida.

Cuando Ashley Flores Montesinos, la periodista que formó parte del equipo de investigación del libro, volvió a entrevistar al señor Queliz, en julio de 2018, solo encontró lo que quedaba de él. Le destruyeron su familia, su continuidad, apagaron los sueños de su hijo, acabaron con su hogar, con lo que su esposa y él habían construido. En un año se quedó sin hijo y sin mujer, los pedazos de su vida ahora están esparcidos por el suelo y no sabe qué hacer con ellos. Y aún así, el Estado venezolano se sigue burlando de él. El juicio debió comenzar en diciembre de 2017 y, a julio de 2018, la audiencia ha sido diferida cinco veces. Quizá algún día se realice, pero el daño ya está hecho.

Desamparo

Valencia (Venezuela). Lunes 14 de mayo de 2018. Dexy González llora a su hijo Rubén Darío sobre un pedazo de tierra. No hay cruz, no hay florero, también se los han robado. El terreno en el cementerio municipal donde está enterrado su cuerpo no tiene identificación, ni siquiera su nombre forjado en el cemento. La madre está acompañada por Elvira y José Gregorio Pernalete, han viajado desde Caracas para asistir al novenario de la madre de Daniel Queliz y acompañar al padre en su dolor. Alarmada, Elvira toma las fotos que luego publicaríamos en redes sociales para denunciar la situación, y demarca el terreno con unas piedrecitas, al menos para que se sepa cuál es su parcela. Mientras, José Gregorio anima a Dexy a abrir una cuenta bancaria para recoger fondos, no concibe que la tumba de un joven de 16 años asesinado por un Guardia Nacional Bolivariano mientras luchaba por la libertad de su país, luzca tan abandonada. Pero la realidad es que no lo está, su madre lo visita, aunque cada vez con menos asiduidad. Le duele no poder ponerle su lápida, porque es eso, o darle de comer a su pequeña de 7 años, y entre ambos, la necesidad la obliga a escoger a la segunda, aunque el dolor se la esté comiendo a ella. Trata de disimularlo, pero en sus palabras se percibe el desamparo.
Al día siguiente, a mi hijo me lo tenían que dar temprano, pero me lo dieron como a las cuatro de la tarde porque las fiscales de Caracas nunca llegaron, llegó otra fiscal, que es la que tiene el caso de mi hijo y habló con la familia y nos dijo que nos iba a ayudar, y yo le dije: “Pero ayuda de qué si a mi hijo ya no lo tengo”… El informe médico dice que recibió un impacto en el intercostal izquierdo y el acta de defunción dice que muere por shock hipersónico y shock cardiogénico. Eso está en investigación porque de eso no se sabe nada, y que es lento ese proceso, me dicen. A mí no me ha llamado nadie, ni del gobierno ni de la oposición, para saber cómo va. Mi abogado es la Fiscal que lleva el caso. Yo le pregunté que si iba a necesitar un abogado y me dijo: “No señora Dexy, su abogado soy yo”.

De Valencia a Caracas hay 167 kilómetros y un pasaje en autobús imposible de pagar. Dexy se quedó sin trabajo cuando murió su hijo y sigue sin tenerlo. Ni siquiera cobra los 2,55 millones de bolívares (menos de un dólar) del salario mínimo que a julio de 2018 alcanza para comprar un kilo de queso en lonchas. Sus hijos mayores son los únicos que la amparan. Por eso, va poco a los tribunales, pero va. Tenía la ilusión de tenerle su tumba arreglada el 10 de julio para poder llevarle flores dignamente en el primer aniversario de su fallecimiento, pero a falta del millardo de bolívares que le presupuestaron para ello, prefirió honrarlo viajando a Caracas para preguntar en la Fiscalía cómo iba su caso. Y se topó con que la nueva Fiscal, en siete meses, no había hecho nada. Que es un caso difícil porque afecta al Gobierno, le alegan. Y de identificar a los funcionarios destacados en el sector La Isabelica aquella tarde, nada. Mientras tanto, Dexy espera justicia para su hijo, un milagro que la ayude a arreglar la tumba y su cédula de identidad –indispensable para abrir la cuenta en el banco–, extraviada en el entramado burocrático de un país incapaz, ni tan siquiera, de identificar con celeridad a sus ciudadanos.

Raigambre

Maracaibo. Jueves 24 de mayo de 2018. Doce personas vestidas con camisetas blancas estampadas con el escudo del Capitán América entran juntas por la puerta de la Basílica de la Virgen de la Chiquinquirá. Son los familiares más cercanos de Adrián Duque, el joven economista de 24 años que se protegía con el escudo de este superhéroe cuando un Guardia Nacional Bolivariano le disparó a quemarropa con una metra mientras manifestaba cerca de las Torres del Saladillo. Hacen piña. Lo han hecho siempre, y más, desde que el mellizo de Adriana no está en casa. A la misa por el primer aniversario de su muerte han asistido cientos de marabinos para acompañar a sus padres, a sus tres hermanas y a los sobrinos, la más pequeña de cuatro meses. Adrián nunca la llegó a conocer. Vienen de desvelar la placa que guarda su memoria en el lugar donde cayó. Este año ha sido difícil, papá es hipertenso y no siempre se consiguen sus pastillas. Cuando se deprime por la inexplicable ausencia de su hijo y la precaria situación del país, hay que correr para encontrárselas. Entre todos ayudan al sostenimiento de la casa, pero no siempre lo consiguen. Henry, entonces, hace de taxista con su vehículo particular para llevar dinero en efectivo a casa, lo están vendiendo demasiado caro y es la única manera de comprar arroz y harina más barato. Pero el motor está fallando y no hay para pagar la reparación, eso también repercute en su tensión. Ya estaba delicado de salud antes de que le arrebataran a su único varón.

“Se murió”. Cuando nos dijeron eso a mi papá se le fueron las piernas, yo lo agarré y le dije: “Papá, cálmate”. Y como pudo se calmó, pero ese día también lo ingresaron a él porque se le subió la tensión y no hallaban cómo bajársela, lo querían dejar hospitalizado y no quiso, le dieron el alta como a la una de la madrugada. Fue algo muy fuerte. Cuando yo vi a mi hermano Adrián en la camilla te podrás imaginar mi reacción. Estaba todo lleno de sangre, tirado, no tenía ni médicos alrededor. Lo tenían en un cuarto común y corriente, ni siquiera habilitado para eso. Nos le tiramos encima, pero él estaría lleno de piroca, porque me empezó a picar toda la cara. Supuestamente, cuando llegó intentaron hacerle una transfusión de sangre. Pero no, cuando él llegó, ya estaba muerto.

Diez meses después de esta entrevista, a Andrea, la mayor de las hermanas, se le va la vida pensando en cómo sacarlos adelante. Hablar con ella es intentar encontrar soluciones a las siete plagas que azotan al país. Siendo tantos, las padecen todas. A los Duque Bravo los aqueja la escasez de medicamentos, alimentos, dinero, transporte, agua, trabajo, oportunidades y justicia, sobre todo justicia, porque en el caso de Adrián no hay imputado, ni posibilidad de audiencias y juicios. Por no tener, no tienen ni energía eléctrica. El mayor estado petrolero del país, y el más caluroso, sufre apagones de hasta 30 horas seguidas desde el último trimestre de 2017, sin que el Ministerio de Energía se dé por enterado. Tienen, sin embargo, la mayor de las fortalezas: una familia estable y unida, entre sí y a la tierra. Por eso, cuando Andrea pensó en buscar fuera del país el dinero necesario para sobrevivir, todos quedaron devastados, pero todos la llevaron al aeropuerto. Y tanto si lo logró como si no, continuaron lidiando y sobreviviendo. Juntos.

Paciencia

Maracay. Martes 19 de junio de 2018. Iván Urbina se levanta a las cuatro de la mañana, tiene que ir a Caracas. Hace un año, su hijo Fabián fue asesinado por un Guardia Nacional Bolivariano que le disparó en ángulo recto mientras manifestaba en el Distribuidor Altamira de la capital. Quedó plenamente registrado. La Fiscalía no tuvo duda sobre la autoría material. Hasta el ministro de Interior, Justicia y Paz, Néstor Reverol, reconoció entonces “el uso indebido y desproporcionado de la fuerza por parte de algún miembro de un organismo de seguridad del Estado que dispersaba una manifestación”. Sin embargo, el tribunal ha fijado para hoy la octava audiencia preliminar. Las siete anteriores no se han celebrado por falta de presentación del imputado. Cuando Iván y su esposa, delicada de salud por un cáncer recién superado, supieron que ni siquiera le iban a poder hacer una misa a su hijo en el primer aniversario de su trágica partida, volvieron a hacer de la paciencia su bastión. Pensaron en la maldad, en las ganas de incomodar, en la casualidad y hasta en una señal divina como razones para que la audiencia la fijaran para hoy. Pero lo aceptaron, suspendieron la misa programada para las 3 de la tarde en la iglesia San Jacinto, la actividad con sus amigos y la visita familiar al cementerio, y encomendaron a Dios la jornada, con la esperanza de que justo hoy pudieran ver por primera vez el rostro del asesino de su único varón, que los dejó sin ni siquiera haber cumplido los 18 años.

Ese día le di la bendición y le dije: “Cuídate hijo”. Llevaba agua y, sin mayor protección física, lo que se llevó fue la bendición de sus padres y su amor a Venezuela, eso era lo que él llevaba por delante. Se fue con sus amigos en autobús, a las tres de la mañana, para estar en la convocatoria que había hecho la MUD, era la primera vez que iba a Caracas a manifestar, y la última. Supe de él a mediodía, nos hablamos por mensajes, me dijo que todo estaba bien: “Papá, todo está bien” me escribió. Lo estuvimos llamando, pero la comunicación era mala, no nos escuchábamos, entonces me dijo: “Papá no te escucho, te escribo ahora más tarde”, esa fue la última vez que le escuché la voz.

Pacientemente, en el aniversario de la muerte de Fabián, Iván recorre los 120 kilómetros que separan su casa del tribunal, como lo hace siempre, en el vehículo de su abogada. Los 2 millones de bolívares que cobra mensualmente como jubilado no alcanzan para costear el medio millón que cuesta ir y volver en transporte público. Además, tendría que pagarlo en efectivo, y como el dinero en efectivo es un bien escaso que se cotiza al alza, de conseguirlo, le saldría aun más caro. Por eso se va con ella, y con ella espera, sentado. Serán cuatro eternas horas recordando cada uno de los minutos que hace 365 días le transformaron la existencia. Estoy pendiente de él, le mando mensajes de apoyo. Pero nada mitiga su sufrimiento cuando le comunican que hoy tampoco habrá audiencia. Le han impedido conmemorar el aniversario de la muerte de su hijo y, no conformes con ello, lo hacen volver el 19 de julio para burlarse de él exactamente igual, con la diferencia de que para la décima audiencia ni siquiera le dan fecha. Cambiaron por tercera vez a la jueza y ahora la mujer quiere reorganizar el despacho. Septiembre, octubre, noviembre, febrero, marzo, abril, mayo, junio y julio, así cuenta Iván las veces que el Gobierno se ha reído de él y de su esposa. Siempre acude preparado para verle la cara al deshonroso funcionario que le arrebató a su hijo. Su esposa ya no lo acompaña, su salud física y emocional no se lo permiten. En realidad, desconocen tanto la razón de esta infamia, que hasta desconocen si el hombre está privado de libertad. Han introducido una solicitud para saber este extremo, pero no han obtenido respuesta, así como tampoco han recibido copia de los expedientes y los diferimientos, a pesar de los múltiples requerimientos. Y así, a Iván y Mercedes se les van los días, sobreviviendo en un país sin justicia ni café para esperarla, del que han partido antes de tiempo sus dos hijos, el primero asesinado y la segunda a Chile en busca de dinero para ayudarlos. Ven cada vez más lejano el final de este calvario, pero esperan, creen, se niegan a emigrar, aguantarán hasta más allá de sus límites. Necesitan cerrar este ciclo. Desesperanzados, no saben si el asesino cumplirá los 30 años de prisión que piden sus abogados, o al menos los 26 que pide la Fiscalía. Angustiados, ven cada vez más lejana la sentencia y piensan, si para ellos está siendo difícil habiendo culpable, cuán espinoso estará siendo el camino para las familias que ni siquiera saben quién mató a sus hijos.

Persistencia

Caracas. Viernes 22 junio de 2018. Una docena de estudiantes de la Escuela de Enfermería del Centro Médico de Caracas se despiertan para realizar una matutina jornada de despistaje de hipertensión arterial en las calles del Municipio Chacao. Se conmemora un año del crimen de David José Vallenilla Luis a manos de un funcionario del Estado que le propinó cuatro disparos directos al tórax. No hay equívoco, quedó grabado y el video ha dado la vuelta al mundo. El joven de 22 años era enfermero y su pasión era salvar vidas, pero ese día, aunque un escudero voló, no logró salvar la suya. A 696 kilómetros, el periodista Luis Fernando Herrera se despierta en Maracaibo. Forma parte del equipo de investigación del libro y se sabe identificado con las historias, en lo profesional. Pero hoy le ha sucedido algo inédito que nos impresiona. Asegura que David José lo despertó y le dejó un mensaje para su padre. Debemos llamarlo para dárselo. Pero cómo llamar a un padre para contarle algo así, cuando hoy está más enlutado que nunca. Lleva un año exacto persistiendo en el Tribunal 21 de Control para que se lleve a cabo el juicio contra el sargento primero de la Aviación Militar Bolivariana Arli Cleiwi Méndez Terán (22) señalado como culpable, y lo único que ha conseguido es una constante denegación de justicia. Hace 11 días, el 11 de junio, fue diferida por cuarta vez la audiencia preliminar. Los funcionarios de la Dirección de Inteligencia Digcim hicieron acto de presencia, pero no trasladaron al imputado. Además, el juez intentó arrebatarle de las manos el expediente a su abogado. Días antes, este mismo juez le reclamaba que su hijo estuviera manifestando y, además, que su despacho sí había administrado justicia, pidiéndole que se abstuviera de exponer el caso en medios y redes sociales. Ante un panorama así, no hay sueño que valga.

Yo todos los días voy a la Fiscalía y a donde tenga que ir por tratar de hacer justicia, simplemente el asesino está plenamente identificado desde el principio y no se puede tapar el sol con un dedo. Hay más responsables contra quienes voy a ir hasta el último día de mi vida, voy a luchar hasta encontrarlos… Yo por la justicia para mi hijo voy a donde tenga que ir, si aparezco en una foto con cualquier figura pública de la política es porque estoy en la búsqueda de la justicia. Así como salió en las redes que estuve reunido en el despacho del Fiscal también puedo estar al lado de cualquier político de la oposición, no me importan los nombres, como padre y abogado, lo que me importan son las instituciones, creo y seguiré creyendo en ellas. Ni yo mismo sé de dónde sale mi fortaleza. Hace poco soñé con mi hijo, no lo vi, me abrazaba por detrás y me hablaba al oído, solamente escuché que me decía: “Papá, quédate tranquilo, así tenía que ser”. Y cuando desperté lo entendí todo, la analogía con mi padre y las palabras del médico cuando nació. Ahora pareciera que todo tuviera algo de sentido.

El día que concedió esta entrevista para el libro, supimos que cree en los sueños, pero, aun así, preferimos no contarle el nuestro y seguir apoyándolo en su denuncia, en sus apariciones sin miedo, en su reivindicación vital. Pero es importante que lo sepa. Su hijo está preocupado, no quiere que su salud se vea más afectada, él está bien donde está. Es lo que atormenta a Luis Fernando y al equipo de investigación del libro. Además de periodistas, somos humanos. Y así, aquí, se lo estamos revelando.

Esperanza

Ejido. Viernes 27 de julio de 2018. El pequeño Ángel está cumpliendo dos años y su familia lo celebra. Su padre, Ányelo Quintero, murió el pasado 12 de febrero después de 203 días de agonía. Manifestaba por un futuro mejor en el que poder construirle una casa a su bebé, cuando recibió un disparo a quemarropa en la cabeza propinado por un Guardia Nacional Bolivariano. Ahora lo tiene más claro su hermana Yurlexy. Enfermera, le dedicó todas sus horas y conocimientos durante 36 semanas, las que estuvo ingresado en el Hospital Universitario de los Andes. Ella, su hermana y su madre solo tenían razón para cuidarlo y buscarle las medicinas que pedían los médicos para salvar su vida. La batalla encarnizada contra la muerte fue tal, que las tres mujeres no hicieron nada más que combatirla con todas sus armas cada minuto. No había tiempo para más. Pero, al final, Ányelo murió dos veces, la primera por una bala y la segunda por la voraz escasez de medicamentos que impidió conseguirle a tiempo el Colistin, el antibiótico que necesitaba. Durante su padecimiento, nunca vio a su hijo, ellas sí, cuando había tregua. A quien no veían era a la madre del pequeño, siempre había un impedimento sin importancia. Y cuando perdieron contra la muerte, no sabían que, con esta, llegaría la vida.

“Mira Ányelo, tu hijo”, y él miraba la foto, pero luego se le iba la mirada otra vez. El adoraba a su niño. Mi hermano decía que había que salir, que Venezuela no iba a cambiar si no salíamos. Él cobraba todos los viernes y un día me dijo: “Mira lo que le compré a mi hijo con mi sueldo, una fruta, mi hijo toma leche, de dónde saco yo la leche, mi hijo come, de dónde saco la comida si lo único que me alcanzó fue para la fruta”. Y yo le decía: “Ányelo tenga paciencia, tenga fe en Dios, que él nos va a ayudar, para qué vamos a salir si los gobiernos no nos escuchan”. Y él decía: “Pero vamos a acompañar a esos muchachos”… No tenía miedo, quería alcanzar su meta que era construirle una casita a su hijo. Le decía a mi mamá: “Voy a trabajar porque voy a conseguir la plata para construirle aquí la casa al niño, por si yo me llego a morir, mi hijo no se quede en la calle”.

El día de su entierro, una embarazada a término brillaba entre el bullicio. Era la madre del pequeño. Las mujeres no daban crédito, pero las cuentas cuadraban, tenía 38 semanas y 5 días de embarazo. Ese bebé era de Ányelo, que por horas no lo llegó a saber. Ocho días después nacía Ányela, hermosa niña idéntica a su padre. La mamá quiso evitarle a la familia la preocupación de alimentar, proveer de medicinas y cuidados a una embarazada en un país sin garantías para atender a sus gestantes. En 2016, murieron en Venezuela 11.466 neonatos y 756 mujeres embarazadas (30,12% y 65,78%, respectivamente, más que en 2015) por desatención y desnutrición, según el último boletín epidemiológico publicado por el Gobierno, que le costó el cargo a la entonces ministra de Salud, Antonieta Caporale. Así las cosas, para esta madre la prioridad era salvar al padre de sus hijos y no generar más angustias. Fue su contribución. Una foto –impublicable del todo completa por imperativo moral– donde ambos bebés sostienen el libro que guarda la memoria de su papá y su lucha por darles un mejor futuro, fue la manera que tuvieron de darme la noticia. Dice Yurlexy que lo guardan como un tesoro, para que cuando crezcan encuentren en sus líneas la razón por la que les faltó su padre y la casita que él quería construirles, pero siempre tuvieron dos tías y una abuela a quienes ellos devolvieron la esperanza para seguir viviendo. Porque la esperanza es lo último que se pierde.

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De los asesinatos documentados en 26 crímenes y una crónica. Quién mató a la resistencia en Venezuela, 22 fueron cometidos presuntamente por funcionarios de los diferentes cuerpos de seguridad del Estado: 15 por Guardias Nacionales Bolivarianos y 7 por efectivos de las diferentes policías. Dos asesinatos habrían sido perpetrados por civiles armados afectos al gobierno y otro por el hijo de una persona con intereses económicos con el gobierno. De igual manera, revela que sus actuaciones obedecían a un patrón sistemático: 25 de ellos murieron producto de un disparo en una zona vital (6 en el pecho, 6 en la cabeza, 5 en la zona abdominal, 3 en el cuello, 2 en la ingle y 2 de un traumatismo torácico). A un año de las protestas, solo uno de los 26 casos ha sido juzgado, el único precisamente en el que no está involucrado un funcionario, el resto de los casos se encuentran en distintas etapas procesales: en 9 de ellos hay imputados sin sentencia y en 16 ni siquiera hay imputados. Constituyen estos hechos un indicio sobre la violación al derecho fundamental de acceso a la justicia, principio básico en un estado de derecho.

Por su parte, la Asamblea Nacional Constituyente, a un año de su instalación, no ha cumplido la función para la que fue creada: redactar un nuevo texto constitucional. Por el contrario, ha supeditado el resto de poderes públicos a su mandato, impulsado la dudosa reelección presidencial de Nicolás Maduro, desmantelado la Asamblea Nacional legítima, sustituido las decisiones del Tribunal Supremo de Justicia en polémicas decisiones y contribuido, por ende, al agravamiento de la crisis económica y social del país.

“Presionaremos muy fuerte para que se sepa la crueldad que se vive en Venezuela. No vamos a bajar los brazos. No nos daremos por vencidos, gracias por levantar la voz por estos jóvenes” nos dijo emocionada Kate Gilmore las 4 de la tarde de aquel 26 de abril. Se saltó el protocolo. Nos concedió media hora más de audiencia. Tenía frente a sí, testimonio y datos de gran valor. Tres meses después, el 22 de junio de 2018, la ONU publicó su informe. En este, demostró que existen bases sólidas para que la Corte Penal Internacional actúe, “dado que Venezuela no parece capaz o dispuesta a enjuiciar las violaciones graves de derechos humanos”. Consideró que en el país se han cerrado los espacios democráticos y llamó al Consejo de Derechos Humanos a que establezca una comisión internacional de alto nivel que investigue los presuntos atropellos a las garantías fundamentales cometidos en el país. Pidió, igualmente, hacer una pesquisa imparcial en vista de que las autoridades venezolanas han fallado en la tarea de identificar y someter a la ley a los perpetradores de los abusos.

“La conclusión del informe es que el Gobierno no ha tomado medidas efectivas, o ha omitido tomar ciertas medidas, para ocuparse de esa crisis y para cambiar las cosas”, dijo Amanda Flores, la oficial de esta oficina que permitió que las voces de Juan Pablo Pernalete, Diego Arellano, Armando Cañizales, Paúl Moreno, Daniel Queliz, Rubén Darío González, Adrián Duque, Fabián Urbina, David Vallenilla, Ányelo Quintero… Jairo Johan Ortiz, Gruseny Canelón, Carlos Moreno, Hecder Lugo, Miguel Castillo, Luis Miguel Gutiérrez, Yorman Bervecia, Augusto Puga, César Pereira, Luis Guillermo Espinoza, Neomar Lander, Nelson Arévalo, Engelberth Duque, Xiomara Scott, José Gustavo Leal y Ender Peña, fuesen escuchadas en esta instancia. Están muertos, pero continúan en resistencia.

Tomado de Papel Literario (El Nacional) por Carleth Morales.